martes, 6 de octubre de 2009

El último árbol

Cuando y de qué forma escarbó la tierra para salir a la intemperie no se conoce. “El vetusto de la Tierra” como lo llaman, corona una larga avenida de cemento y plástico en una ciudad que comenzó a hacerse a sí misma cuando él ya se arrugaba. La estampa de su cuerpo contraído y mellado por infinidad de luchas contra viento y agua representa acaso el último vestigio de vegetación, del tiempo en que el hombre, aparte de ser hombre, era muchas otras cosas.

Tiene la piel hecha jirones, aquí y allá presenta grietas de madera como cicatrices de guerra, las ramas se abaten contra el suelo, peladas, a años luz de aquellas que llegaron a cobijar sombras que se han perdido. De cada pedazo del último árbol se adivina el deslizarse de cientos de años. La decadencia imparable. Este coloso anciano puede jactarse de haber encubierto en su seno los devaneos amorosos de algunas de las especies antiguas; ardillas, o lechuzas, colibríes, monos y demás especies extintas hace doce siglos. Ahora ya no parece sostener ni el aire.

Muy a menudo vengo a verlo. Desde el otro lado de la urna de cristal que lo envuelve estudio su forma e intento comprender un organismo tan complejo. Algunas veces me parece que luce una expresión majestuosa, como si tuviera la resolución de perdurar hasta el final de los días, otras veces reparo en algo de entre sus ramajes que me suscita un desánimo, y parece que aquel gigante tiene ansia por desaparecer y volver de nuevo bajo el humus. Hay otras veces en que ni encuentro lo uno ni lo otro. He visto como los turistas le escupían flashes sin ni siquiera mirarlo por fuera del objetivo de sus cámaras, pero yo lo he contemplado hasta que me han escocido los ojos.

He fantaseado con la idea de que sus ramas se mezan en un alarde de satisfacción, e imagino que la lluvia arrecia y el cristal se rompe, y voy a sentarme junto a él que me acoge entre sus hojas como a un retoño, bajo la madera húmeda fluye la savia, y yo, que puedo beberla. Casi siempre soy ese árbol, de mi sangre y sus raíces subyace la misma verdad. Si el último árbol de la Tierra pudiese ver algo, vería recuerdos.

De los otros árboles se sabe que ya no existen y que nadie los echó en falta. También éste lo hará, tarde o temprano.

2 comentarios:

Darka Treake dijo...

¿Cómo lo haces?
Eres bueno...
ajajaja

me ha gustado mucho, Sr. Iskandar, el exótico, el profundo. No sé que sobrenombre debe encajarte mejor.

Este relato me ha parecido... Vaya, muy muy bueno. Me ha encantado. Me ha dejado pensando.
Al leerlo, he visto varios árboles de mi vida, y me han dado una pena... Pobres, rodeados de las calles de diferentes ciudades.

Ya me contarás en qué te inspiras, cuál es tu árbol, cuál es el trasfondo. Me ha parecido buenísimo, y estoy seguro de que ocultas algo.
Me ha encantado, aunque me ha apenado, pero me consuelo pensando en los bosques, donde aun los árboles habitan libres, y respiiran, y albergan otras vidas. Ojalá perduren siempre.

Un abrazo crack, sigure escribiendo tan bien!!
Darka.

Cristina Puig dijo...

Precioso Iskandar,

Es increíble cómo partiendo de un árbol puedes escribir algo así. Me ha parecido increíble, me encantó. Me gusta mucho la manera de describirlo. Enhorabuena crack;)
Un abrazo