martes, 9 de marzo de 2010

Ramán, de los cinco nombres

Por salvar a su pueblo se hizo insigne Ramán Sarti.
Contaba con veintiséis años cuando fue llamado a las convocatorias del sultanato de Jumea. Decían los que le habían recomendado a las votaciones que era un hombre callado, demasiado a veces, pero que siempre se comportaba amablemente y conducía sus pasos con confianza y honradez.
El nombramiento del nuevo gobernante tenía lugar cada diez años, para ello, y durante trescientos días, el pueblo era responsable de conocer a los Saravit, los que aspiraban al cargo; todo aquel que lo deseara podía acudir a la casa de ellos, cuestionarles acerca de cualquier cosa o conversar de algún tema.
Muchas y apacibles charlas sucedieron en casa de Ramán. De esta manera habló con todo aquel que se le presentara; con el leñador, de las técnicas de poda de árboles; con el barquero, de los movimientos marítimos; con la recolectora de arroz, de lo dificultoso e infértil de algunas tierras. Cuando le preguntaban por qué quería el cargo él respondía que no lo quería, que simplemente debía hacerlo. Y le decían:

— ¿Por qué, si no quieres, aceptas la candidatura?
Y él mostraba siempre el mismo ejemplo:
— Imagina que es noche cerrada, es invierno, y hace mucho frío, ¿te meterías en el río, estando el agua helada?
Como respondían negativamente, él preguntaba entonces:
— ¿Y si ves a un hermano que se está ahogando, te meterías entonces? —y los otros quedaban satisfechos con la respuesta—. No necesito el puesto, el puesto me necesita a mí —añadía.

Hay que decir, es importante, que esto era totalmente creíble, pues ser gobernante no reportaba retribución alguna; se comía a diario y se dormía cómodo, con fin de sobrellevar la dureza del cargo, pero al terminar los diez años de mandato el que había entrado había de salir de igual modo, sin ninguna renta de más.

Ramán vivía con su esposa, su padre, y su hijo, en una casa lo suficientemente grande para albergar a los cuatro. Tenía, además, dos vacas, dos gatos, un perro, y había también un mono que se dejaba caer por allí de vez en cuando. Nunca tuvo apego por los sagrados escritos, ni por los estudios que sus padres le propusieron. En cambio sí profesaba una curiosidad innata hacia el entorno: conocía bien las plantas, a las personas, y no dejaba de cuestionarse acerca de todo lo que acontecía en Jumea, pero sobretodo sentía una especial admiración a los animales, y les escuchaba. Y he aquí que tenía un don, una habilidad, un talento: los animales también le escuchaban a él, y le obedecían.
A propósito de esto le dijo su esposa en una ocasión:

— ¿Por qué no utilizarlo, mostrarlo a la gente, hacerse servir de este poder que tienes, para conseguir el puesto, si sabes que liderando tú será bueno para todos? Conoces a los otros que ostentan el sultanato, sabes que les mueve la codicia y que no harán sino empeorar las cosas. No es bueno presumir ni alardear, y sé que no es del todo honrosa esta estrategia, pero sería con un buen fin. Escucha mis palabras marido mío, y piensa.
Ramán, casi de inmediato contestó, como única respuesta:

— Para lograr el bien no puede utilizarse nunca un mal procedimiento.

1 comentario:

Darka Treake dijo...

Oh... ¿Y si todos los políticos pensaras y actuaran así?
¿Y si hacer política no fuera una profesión sino un deber moral?

Me ha parecido una forma de camapaña realmeente buena, acoger en tu casa a aquel que lo desee para charlar de cómo hacer las cosas...

Sería imposible instaurarla aquí. Quitarles el sueldo y las comodidades, las pensiones vitalicias... malditas ratas!!

Esto lo tendría que leer mucha gente, Iskandar. Cuanta más mejor!!!

Me ha gustado mucho. Respiras el comino en el aire, escuchas el bullicio en las calles, y te reconfortas con los buenos ideales, de los que pocos existen aun.

1abrazo fuerte fuerte!
Darka.