miércoles, 2 de junio de 2010

Bohsumán «el de la muerte dulce»

A la edad de treinta y siete años, después de quince como sultán de Jumea, Ramán se estaba muriendo. Durante las tres semanas que venía padeciendo lo que los más entendidos hablaban de algo intratable, su hijo y esposa, a los pies de su cama, le habían visto consumirse el cuerpo, y abandonarse al lecho, sin fuerzas y apenas sin aliento, en una de las estancias de palacio.
Cuando la fiebre le daba tregua, el enfermo podía escuchar de fondo cómo la gente, su pueblo, se arremolinaba en torno a la casa, suplicando a los dioses que se recuperara. Un día dijo:
—Falta poco ya para morirme, querría aprovechar este tiempo.

Y así, uno de los días pidió Ramán ver a sus animales, a los que habló y acarició efusivamente; al siguiente quiso saludar a aquellos que habían venido a verle, y recibió todo tipo de dádivas y agradecimientos; al otro lo pasó con su esposa, y se bañaron juntos y se rociaron esencias y aceites, y compartieron lecho; al cuarto día quiso que le dejaran solo, y no se le vio hacer nada, salvo murmurar para sí, con los ojos cerrados.
Al quinto llamó a Negoy, que entonces contaba ya con veinte años, para que le acompañase en sus aposentos. Toda la mañana estuvieron juntos, aunque no se hablaron; cada uno inmerso en sus propios pensamientos. Tan solo a veces se miraban el uno al otro, cuando el hijo le llevaba al padre un vaso de agua, o algo de comida.
Cuando ya atardecía, se acercó el hijo a donde yacía tumbado Ramán.
—Sabes papá,—le dijo, mientras miraba a la gente por la ventana—, la tuya va a ser una muerte recordada.
—Toda esa gente de fuera —continuó hablando Negoy— tiene algo que agradecerte, así que entiendo que no soy el único que pierde un padre. Has sido muy fuerte, y creo que ahora te preocupa irte por lo que pueda pasarnos a los tuyos sin tí. Pero créeme, no has podido hacerlo mejor, te vas con una nación que te quiere, una esposa que te ama y un hijo que te adora. Gracias.

Entonces Negoy puso la mano en la frente de su padre, y a la vez que esbozaba una sonrisa, le dijo:
—Puedes irte padre, pues ya has cumplido, y la tuya será una muerte dulce.

Ramán sonrió también, y se entrevió un destello en sus ojos.
—Entonces recuerdas lo que dije a los elefantes… te quiero, hijo.

Y así Ramán abandonó el mundo, y el pueblo le lloró durante un tiempo, recordándole, gracias al relato de Negoy, con el último de sus nombres, Bohsumán «el de la muerte dulce».

2 comentarios:

Darka Treake dijo...

wau...
cuando comencé a leerlo pensé: esto sigue!!!
Pero ahora me he quedado con la pena en el cuerpo...

Me ha encantado, Iskandar. es un gran relato. Místico en tu linea y con claros y sabios mensajes.
Ramán debió irse contento, y dulcemente...

Un saludote!!!
Darka.

Cristina Puig dijo...

me ha emocionado tu relato:) que buen mensaje y que muerte más dulce que tiene después de que su hijo le diga que no se preocupe más y que lo ha hecho lo mejor que ha sabido. Preciosa historia. ¿Va ese café?;)

Un abrazo Luma